Artes Visuales en el FICCUA- Parte 2

¡Buenas noches a todos! ¡Tiempo es lo que me falta para avanzar en todos mis proyectos! Eso o ya en serio necesito un giratiempo (Potterhead declarada). Ni modo. Aquí está la segunda parte de la aventura más grande que ha vivido su servidora, ¡rodeada por el grupo más dispar y demencial de estudiantes que haya conocido en mi corta vida!

En la parte anterior, les presenté a mis colegas, bueno, la mayoría; porque en el primer vuelo se fue una más un extra. Me han dicho que dejé esa parte con la inquietud un poco alzada, pero si quieren saber más de la historia, sigan este, mi blog y si quieren compartan las historias con sus amistades. Porque lo bueno no debería de quedarse para uno solo, sino para el mundo.

En fin. Aquí les va. ¡Saludos y suerte en todo!

-Dan Samaria

¡Saquen los veinte!


Después de recibido el mensaje de la señora Ana, el ambiente jovial fue reemplazado bruscamente por una tensión latente que venía con nosotros desde hacía semanas. En pocos segundos, las risas se tornaron resoplidos, suspiros furibundos que luego devinieron en mesarse el cabello por parte de todos. Incluso Frank dejó de poner música y Laura también... Sin pensarlo dos veces, comenzamos a soltar expresiones provenientes de la Irreal Academia del Lenguaje Soez, y ni así nos liberamos de la frustración de que ya tan cerca de lograr nuestra meta, surgiera este enorme inconveniente. 

Jhonny dijo que iba a llamar a Dines para saber su paradero, por lo que sacó el celular y lo llamó. Pero lo que consiguió fue el buzón de voz, cosa que nos inquietó aun más, porque nuestra suerte financiera en suelo extranjero pendía de que él llegara antes de salir el vuelo de Panamá y nos entregara nuestro viático para poder pagar lo de aduana tanto en este aeropuerto como en el de Honduras. Y no sólo era Jhonny quien rastreaba a Dines, también los estudiantes de las otras delegaciones. Muchos dependían de que el señor Dines llegara a tiempo, pues la mayoría de todos los estudiantes, al igual que muchos en nuestro grupo, tenían menos de veinte dólares para aguantar cuatro días en otro país. Y eso sin contar que debíamos pagar 20$ en aduanas en este aeropuerto a la ida y otros 30$ más en el de Honduras al retornar. Contando, ya se nos iban a ir 50$ de los 100$ que nos iban a dar.

Sumemos ahora gastos no contemplados: la merienda entre comidas, el hecho de que nos avisaron que solo bebiéramos agua embotellada por allá (nos asustaron diciendo que el agua de grifo en Honduras no es bebible); también por supuesto los souvenirs para traer (porque hay parientes que cuando se enteran que sales del país, te piden hasta que les traigas café extranjero para probar) y sin olvidar, según Jesús Graell, el dinero para la parranda (argot panameño que se utiliza para decir fiesta enorme con muchas probabilidades de que haya alcohol y relajo en ella). Ya terminando de calcular, digamos que tienes aunque sea unos 20$. Si el dichoso señor Dines no aparecía para cuando nos subiéramos al avión, con el preciado viático, entonces estarías en severos problemas. Y aunque tengas amigos solidarios contigo, y te presten algo de dinero para alguno que otro gasto, no puedes simplemente depender todo el viaje del dinero de otros colegas...

Así que sí. Todos nos preocupamos, y nos enojamos, hasta el punto de perjurar de que si ese hombre aparecía a última hora, lo íbamos a tirar del avión. Como la tensión era tal, varios decidimos salir del café y caminar un rato por el pequeño aeropuerto. Lo primero fue verificar que nuestras maletas seguían en fila, pues ellas esperaban ahí por nosotros mientras no avisaran a qué hora llegaba el avión de regreso. Aparte del food court, había una tienda de café Durán, un bar en el segundo piso, tiendas donde vendían ropa de baño y otra donde comprar dulces y recuerdos. Quise comprar unas galletas para matar el hambre, pero ¡Santo! que el precio era ridículo. La galleta que en cualquier otro lado te costaba 75 centavos, ahí te lo querían cobrar en 2 dólares. ¡Menuda ridiculez!

No me compré nada. En primeras porque no me iba a gastar todo lo que tenía a mano justo antes de salir del país; y lo otro, tenía nada más $30 conmigo... Por lo tanto, me incluía entre los estudiantes que dependían del viático. Revisé la hora en mi reloj de pulsera: 5 de la tarde. Casi una hora perdida en la que pasamos de la furia colectiva a la intranquilidad. Pero no nos íbamos a desesperar por no tener dinero, comparando lo que nos tocó vivir para llegar hasta aquel momento, eso era una simple menudencia... Simple pero enorme...

Cómo no olvidar todo nuestro esfuerzo, el sacrificio que hicimos de perder nuestras vacaciones realizando actividades para afianzar nuestra experiencia y sobre todo la condenada burocracia que se interponía entre nosotros y la meta, que era ser los primeros de nuestra escuela en participar en el FICCUA. Por años la universidad enviaba a un grupo específico, seleccionado a dedo (o sea, que solo lo seleccionaban porque les daba la gana) para representar no solo a la universidad, sino al país en el festival dedicado a todas las artes realizadas por universitarios de la región. Eso, hasta que llegamos nosotros con nuestro ambicioso proyecto, que no solo demostró nuestra calidad como jóvenes artistas, sino que dejó a los organizadores del festival más interesados en nuestro pequeño grupo que en cualquier otro enviado por parte de la universidad: un mural en el campus de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Fue el primer proyecto que realizamos como agrupación, a pesar de que fuimos unos pocos los que lo ideamos, pulimos y redactamos.

Perdida en mis memorias, llegó Alonso al fin despierto para avisar que debíamos volver con las maletas, pues el avión había regresado y nos teníamos que formar. Agradezco que el aeropuerto sea pequeño pues un leve trote hizo falta para llegar a las maletas y reemplazarlas en la fila que empezaba a cobrar vida con los estudiantes que ansiosos sacaban el pasaporte de donde fuera que lo tuvieran, pues nos lo iban a pedir. Antes de nuestro grupo, estaba el conjunto folclórico del Darién. En la fila, Jesús Graell quedaba detrás mío, y con él, el silencio se fue por un buen rato. Todos hablábamos de lo que íbamos a ver. Jesús Graell, Ignacio, Kevin y Grenal lo primero que querían hacer, era probar la cerveza hondureña. Jhonny, Manu y Rafa, ver los grafitis de allá. Fanny, Ginna y Laura por otro lado, expresaban vivamente su deseo de recostarse en el hotel en cuanto llegáramos. Frank revisaba su reloj y preguntaba la hora de diferencia entre Panamá y Honduras para saber a qué hora llegaríamos. Alonso y yo por otro lado, hablábamos sobre la experiencia de volar.

Nunca había subido a un avión en mi vida, por lo que sería mi primera vez. Alonso en cambio, ya había tenido esa experiencia. Por lo que me aconsejaba a no tener miedo, y a agarrarme bien cuando despegase. Kevin entonces llegó con nosotros para entregarnos unos paquetes de chicle. ¿Para qué eran? Lo descubrí luego de comérmelos, y lamenté no haberlos guardado para el despegue... Más adelante la razón será revelada... La fila avanzaba a paso ligero, por lo que interrumpí mi conversación y me acerqué al mostrador. Una señora con mala actitud, sin decir las buenas tardes, exigió mi pasaporte, solo hice mostrarlo y me lo arrancó de la mano. Exigió que me quitara los anteojos, cosa que hice nerviosa. Me habían contado historias sobre aeropuertos, en las que por cambiar el look, te podían encerrar en la cárcel como sospechosa de robar identidades. No fue mi caso, por lo menos

Luego dijo que colocara mi maleta en una plataforma junto a ella, que en realidad era una pesa. Al parecer hay un máximo de cuánta carga puedo llevar sin pagar. Pero si te pasas de ese límite, aunque sea un gramito, ahí mismo te van cobrando por ese gramo de más. A una joven de danza le estaban cobrando $50 por tantos gramos extras. ¡Horrible! Por unos segundos creí que tendría que hacer como en las películas y colocar algunas prendas por debajo de la ropa que tenía puesta; sin embargo, algunos tienen el bolsillo más lleno que otros... De pensarlo, me dolieron esos 50 dólares, a pesar de no ser míos.

Seguido, teníamos que hacer otra fila para entrar en la zona de espera de los vuelos, esa área donde hay detectores de metal, rayos x y otras cosas que se suelen ver en películas donde los protagonistas tenían que pasar por ahí y lo usual es que algo malo les pasara. A medida que la fila avanzaba con lentitud, repasaba mentalmente el contenido de mi maleta y la mochila que llevaba a mano por si había algún objeto filoso que se podría considerar arma blanca. Los demás en cambio, relajeaban sobre los contenidos de las maletas de cada uno, y el supuesto peligro que representaban:

Según Jesús Graell, Grenal llevaba un sixpack de Soberana (cerveza nacional que no me gusta), otro de Panamá (así se llama una marca de cerveza) y un par de latas de Coca-cola. Grenal reído le respondía que de seguro él llevaba solo un calzoncillo para darle espacio a todo el guaro (argot panameño que representa a toda bebida alcohólica) que traería de Honduras. Manu en cambio insinuaba que Ignacio llevaba su machete de Rambo para intimidar a los maleantes de allá -lo curioso es que meses después partieron a El Salvador como voluntarios, y ni el imaginario cuchillo les cortó el miedo que sintieron cuando conocieron de primera mano a los Maras de esa zona-. E Ignacio le respondía a Manu que por lo menos era un machete y no el mondadientes que llevaba en el bolsillo. Por un instante creí que en serio se trajo su cuchillo, pero era solo una broma. Lo más parecido a una arma blanca eran nuestros exactos (cutter). Yo no traía el mío, porque en las normas del aeropuerto ponían en claro que cero instrumentos con filo. Se los recordé, y Rafa comprensivo me respondió que depende el uso del propietario del exacto, pues si se usan para el trabajo del mismo, entonces es permisible o no. Le pregunté entonces a Rafa qué llevaba en su maleta, y sin pensarlo dos veces respondió: llevaba una enorme bandera panameña.

Eso me recordaba que yo llevaba un sombrerito panameño que ya me dejaba de quedar. Lo tenía bien asegurado dentro de la maleta junto con mi ropa y un par de pinturas mías, pues nos habían dicho que la embajada de nuestro país allá, deseaba hacer una exposición de nuestra delegación por lo que no íbamos a llevar cualquier pintura. La segunda era para proteger la principal, era una que no me gustaba mucho así que si se dañaba en el transporte, no me iba a doler tanto. Seguramente dirían que soy insensible con mis obras, pero es que simplemente cuando algo tuyo no te gustó cómo quedó, no le das el mismo aprecio que a los que salieron como te gusta. Aunque pensándolo bien, hasta esa pintura horrible recibió halagos de parte de los hondureños... Para algo sirvió al menos.

La primera vez que pasaba por esos detectores. Me pidieron que me quitara el cinturón, las zapatillas, los aretes... Y que los colocara junto a mi mochila en una bandeja plástica gris para pasarlos en la máquina de rayos X. Avisé a los guardias que tenía una laptop en la mochila, y me permitieron sacarla, pero ellos me la devolvían luego de pasar el detector con forma de portal. Pasé, marcó rojo. Sentí que el corazón se me paralizaba cuando otro oficial me repitió la orden de vaciar los bolsillos. La vergüenza subía a colores en mi cara cuando me di cuenta que mi manojo de llaves nunca fue percibida por mis manos en el primer vaciado. Coloqué las llaves en la bandeja y volví a pasar. Suspiré aliviada porque marcó el verde. Qué alivio. Recogí mis cosas y me volví a colocar las zapatillas.

La sala de espera en donde estábamos, no tenía aire acondicionado, o quizás no se sentía porque la puerta que daba a los aviones estaba abierta por recibir pasajeros recién llegados de alguna parte. Estaba llena de filas de sillas hasta donde alcanzaba la mirada en tan pequeño ejemplar dentro del aeropuerto. Uno a uno fueron saliendo todos del registro de metales. Esperaba ansiosa por ver si en serio no les iban a decir nada a los chicos por llevar un exacto en la mochila. Pasaron Fanny, Alonso, Laura, Ginna, Frank, Grenal, Kevin, sin problemas. Manu tuvo una pequeña complicación porque tenía que quitarse los aretes extensores (esos que agrandan el agujero del lóbulo de la oreja y te la dejan como las de Buda) porque eran de metal. Pero con Ignacio, Jesús Graell y Jhonny, como era de esperarse, pararon el avance de la fila uno tras otro por llevar sus exactos en la mochila, bueno, Jhonny lo tenía en el bolsillo y ni corto ni perezoso sustentó el por qué tenía eso dentro de su equipaje. No sé cómo le hacen porque les dejaron pasar sin tener que confiscarlos.

Ya faltaba menos de media hora para el viaje. Y antes de sentarnos, un joven funcionario del aeropuerto llegó a nuestro grupo solicitando los 20$ de la aduana. Del señor Dines nadie sabía, así que todos tuvimos que sacar de nuestro bolsillo ese dinero. Sentí que eso sería un mal augurio para el viaje, porque ya salía de Panamá con 15$ nada más...


Para que no haya perdedera, acá estarán los enlaces para que sigan la historia de cerca y no estén perdidos en la nebulosa de Familia S.:

Parte 1

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