El camino del Viernes

Hola a todos. Tiempo que no escribo. Debería sentirme avergonzada... Tengo este blog abandonado desde hace mucho tiempo, cosa que me deja como escritora en tela de duda de si puedo o no seguir. Pero bueno, al rayo las dudas. ¡Hay historia nueva! He estado ocupada en la universidad. Por ahí subiré los trabajos que he hecho. Pronto...

Sobre Black Card... Ha tenido tal avanze que ya puedo decir que lo he terminado. Ojalá y pronto lo suba de nuevo. He cambiado un poco el contenido mas no la trama... Algunos personajes serán más oscuros de lo que fueron, y el final de la parte 1 hará que me odien un poco...

En todo caso, les deseo buena suerte y feliz día del amor y la amistad. Si son forever alone como yo, disfruten de un día para jugar y leer...
Dan Samaria.


La semana santa, tiempo de reflexión y espiritualidad de parte de los mortales que desean expiar sus culpas ante ese Cristo crucificado que cada año es clavado en la cruz por nuestras culpas. Siete días en que la gente se recoge lo más que puede y buena parte de la gente intenta cumplir sus penitencias. En estos días, todas las religiones basadas en el cristianismo permanecen en oración y ayuno hasta el grandioso día de Pascua.

 Cuando llega esta semana, la gente siente cómo el ambiente es cada vez más pesado, hasta el punto que comienzan a sentir angustia... En estos días, recuerdan lo que olvidan por el resto de los días: que existe la maldad, que ésta les asecha por todos lados, y el miedo mortal que se siente por su eternidad al final de sus vidas...

Hay un día en particular, de entre todos los de la Semana Santa, que hace a más de uno a seguir tradiciones antiguas que ignorábamos de jóvenes por creerlas absurdas mas no lo son... El Viernes Santo. Ése día, incluso yo dejo mis cosas y me quedo en casa haciendo oración, o al menos intento evitar las típicas historias de miedo que rodean a este día en particular...

Esta historia puede que sea real, puede que sea ficticia... Pero no duden de ella ni por un instante... Porque es parte de lo que conocemos como relatos de ocasión...

En un pueblo extenso, lejos de la ciudad y su seguridad, se celebraba el Viernes Santo de esta manera: las cantinas cerraban, todas y cada una; las abarroterías ya no atendían apenas eran las nueve, sin embargo, la misa correspondiente a este día se celebró a las 10, como todos los años...

 Las personas lloraban a su amado Señor, que había muerto una vez más por ellos. El coro de la iglesia no cantó aquella noche de la pena que todos sentían... Incluso el cura soltaba alguna lagrimilla mientras explicaba el Evangelio sobre la Pasión... Luego de la misa, vendría una pequeña procesión alrededor de la manzana que consistía en cánticos lúgubres y tristes que relataban la esperanza de la Vida Eterna para los justos y de cientos de velas iluminando levemente el camino. Coincidencia que las luminarias requerían de bombillos nuevos pues a medida que avanzaba la marcha, éstas titileaban débilmente... 

 Cuando acabó todo el protocolo religioso importante, la gente podía irse en paz a sus casas... Los que tenían automóviles no dudaban en ayudar solamente a sus amigos y conocidos. El resto, que se fuera a pie. Suertudos quienes conseguían un taxi que los llevara pues ni los conductores de los mismos querían irse tan lejos de sus hogares...

 Esa noche, una joven salió de última de la iglesia pues deseaba conversar con el sacerdote... No se dio cuenta que ya era medianoche cuando partió. Ella vivía a las afueras del pueblo, eran diez minutos a pie desde la iglesia hasta su casa, pero ahora eran los diez minutos más largos de toda su vida pues como estaba oscuro no podía acelerar mucho el paso. A medida que caminaba el tramo, notó cuán callado estaba todo: no se escuchaba a los grillos, ni a los sapos, ninguna luz en las casas estaba encendida; puertas y ventanas cerradas de par en par y todas éstas adornadas con crucifijos hechos de palma conseguida el Domingo de Ramos. No dejaba de rezar en silencio y de aferrar su rosario con una mano y de sostener su linterna con la otra.

Avanzaba lo más rápido que podía, sin detenerse ni mirar por detrás de su hombro. En menos de cinco minutos atravezó el pueblo hasta llegar al final de éste, en donde brillaba la última luminaria encendida hasta llegar a la barriada en donde vivía. Ahí paró en seco y encendió su linterna. Todavía le faltaba un buen trecho por andar... Sacó el viejo rosario que le dio su madre y santiguándose, orando con voz baja y temblorosa, apretando más la mano contra su linterna, comenzó a caminar lo que le faltaba de camino. 

Qué diferente es todo en plena noche. Gracias al cielo había luna llena y cielo despejado. Esto alivió un poco sus preocupaciones... Podía ver las llanuras circundantes sin ningún problema. El camino le era menos difícil, pero aun así se sentía insegura... Una leve brisa mecía los pocos árboles que lograba divisar... La valla de alambre de púas separaba la estrecha acera por donde ella caminaba del campo. Al otro extremo estaba la vieja carretera ahora recién asfaltada. 

Permanecía alerta, sin dejar de rezar, sin dejar de fijarse en el camino por delante... De un momento a otro, el ambiente se tornó pesado. El aire tenía un olor a podredumbre, como si un animal hubiese muerto ahí cerca. Sentía un escalofrío atroz que comenzaba a meterse en sus huesos, seguido del sonido de pasos. Como si alguien hubiera salido de entre los matorrales y comenzara a caminar detrás de ella. Las pisadas eran fuertes, de botas o cascos golpeando el cemento... Ella comenzó a sentir el miedo bloquear su cabeza, a tartamudear u omitir alguna parte de la oración que rezaba en voz baja. Era como si aquello que la siguiera, le causase tal terror que le impedía pensar en otra cosa que en querer voltearse, verle frente a frente y gritar con todas sus fuerzas mientras esa cosa la arrastrase al monte para nunca salir de ahí...

Aferró su rosario hasta hundir las cuentas y lastimarse los nudillos. Sin detenerse, meneó un poco la cabeza para sacarse esa nefasta idea. Respiró hondo y elevó un poco más su voz. Tal parecía que lo que la seguía se había dado cuenta que ella no sería fácil de atrapar pues ahora estaba tan cerca de ella, que podía respirar sobre su nuca.

A la joven su corazón se le aceleró, sintió la adrenalica correr por sus venas a la par que seguía orando, ahora en un tono casi rayando a los gritos. De a poco trotó los pocos metros que le faltaban hasta llegar a la primera luminaria de la barriada... Ya no sentía esa pesadez, ni el frío, ni los pasos y menos esa maloliente respiración encima de ella. No se detuvo hasta llegar a su casa, cerrar puertas y ventanas y quedarse junto a su madre que estaban despierta esperándola...

-Madre-dijo ella mientras se cambiaba.-En el camino, me pasó algo extraño...

-¿Qué fue, mi niña?

-Algo raro... Sentí que me seguía algo malo...

-¡Ay, mija'!-comenzó la señora.-Sé qué fue eso... Por algo no voy al pueblo de noche y menos en estos días; en la oscuridad del camino el mal siempre asecha... 

-¿Y eso por qué?

-Porque ahí por más luminarias que coloquen y por más bombillos que cambien, éstos no encenderán jamás en ese tramo... Una vez, cuando eras niña, había un maleante que robaba justo en mitad de camino. No desaprovechaba ninguna noche para hacerlo, hasta que, en un día como hoy, intentó hacer sus fechorías como siempre... Nunca nos enteramos qué le pasó puesto que lo hallaron muerto en su punto de robos, al otro lado de la cerca...

La joven escuchó atentamente el relato que contó su sabia madre... Sigue yendo a la iglesia, pero ahora no va a las misas que comienzan entrada la noche, a menos que la lleven a casa o coja un taxi...
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Ahora, ustedes pueden decidir si creerla o no, pero tengan en claro, que cuando llegue este Viernes Santo, no dejen de hacer oración, y menos de arriesgarse afuera...



Buenas noches a todos y que tengan dulces sueños...

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